Un “colega” silencioso: La violencia hacia la mujer en el trabajo

La mayoría de las mujeres no denuncia por temor a perder su puesto de trabajo o las represalias que los agresores puedan ejercer contra ellas

Million Women Rise Rally

Los abusos suelen dejar en las víctimas cicatrices imborrables – ‘Million Women Rise Rally’ Fóto: Garry Knight – Own work, CC BY-SA 3.0

Por Ignacio Torres – Desde una broma con tintes machistas hasta la agresión física y el maltrato psicológico. La violencia de género en el ámbito laboral es una realidad que millones de mujeres viven constantemente en todo el mundo.

En los últimos años, 818 millones de mujeres mayores de 15 años a nivel mundial, equivalentes al 35%, han sido víctimas de violencia física o sexual en el hogar, en la comunidad o en el lugar de trabajo.

Si bien, los hombres también pueden experimentar situaciones de violencia y acoso en el mundo laboral, el sistema cultural patriarcal y como consecuencia los estereotipos y la desigualdad en las relaciones de poder, son responsables de que las más expuestas a estos tipos de abuso sean ellas.

Una de las formas más comunes de violencia en el trabajo es el acoso sexual y lo preocupante es que entre el 74% y el 75% de las mujeres con capacitación profesional o que ocupan altos puestos directivos lo han sufrido a lo largo de su vida, según un estudio realizado por la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA, por sus siglas en inglés). Según los autores del estudio este altísimo nivel de violencia podría ser explicado por los entornos laborales y la exposición a situaciones con elevado riesgo de agresión. Pese a ello, hay más conciencia de lo que constituye acoso entre las mujeres con mayor nivel educacional que en aquellas con un grado de escolaridad bajo y con trabajos precarios.  Estas últimas, por supuesto, son aún más vulnerables a todo tipo de violencia sexual.

Este tipo de abusos puede darse de dos maneras. La primera es conocida como “quid pro quo” —del latín “algo por algo”— y se da cuando a una empleada se le exige un servicio sexual, que de ser negado puede ser perjudicial para su situación laboral. La otra forma de acoso sexual es provocada por los ambientes de trabajo hostiles, donde el trato hacia la víctima puede ser intimidante y humillante.

Sin embargo, todavía muy pocas mujeres se atreven a contar o denunciar casos de acoso, en la mayoría de las ocasiones, por temor a perder sus puestos de trabajo. Según el informe de la FRA, el 32% de las 42 mil mujeres entrevistadas, en su encuesta a gran escala sobre violencia de género de 2014, indicó como autor a un compañero de trabajo, una jefatura o un cliente. No obstante, apenas el 4% informó al empleador o un superior acerca de esta situación.

En España, por ejemplo, 2.484 trabajadoras presentaron denuncias entre 2008 y 2015 por esta causa, según datos de la Unión General de Trabajadores de España. Sin embargo, sólo 49 hombres fueron condenados, es decir, apenas un 2%.

Así, no sólo la brecha salarial —que según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) llega al 23% a nivel mundial— ni el acoso por maternidad —que ocurre cuando se incomoda a la mujer por su embarazo, el nacimiento de sus hijos o un problema de salud— surgen como los únicos indicadores que ponen en alerta sobre las desigualdades en las empresas y la violencia.

Grado de realización de la paridad de género 2017, por región

La Organización Mundial de la Salud (OMS), por su parte, define a la violencia y el acoso en el trabajo como “aquellos incidentes en los que la persona es objeto de malos tratos, amenazas o ataques en circunstancias relacionadas con su trabajo, incluyendo el trayecto entre el domicilio y el trabajo, con la implicación de que se amenace explícita o implícitamente su seguridad, bienestar o salud”.

Tipos de violencia laboral y quiénes la ejercen

Agresión física, acoso sexual y maltrato psicológico son las tres formas de violencia laboral. Esta última, también conocida como mobbing, se caracteriza por el hostigamiento sistemático, llegando a perjudicar la reputación de la víctima, aislarla, asignarle tareas poco productivas o que no se relacionan con su trabajo e imponerle plazos de entrega imposibles de cumplir.

Pero no sólo los superiores o altos cargos pueden ser los acosadores. En general, cualquier persona puede cometer actos de violencia y acoso, ya sea en forma horizontal o vertical y proceder incluso de fuentes externas. De hecho, estudios han demostrado que los abusos de parte de los compañeros de trabajo son hechos habituales, y en menor grado la ejercida por subordinados.

Así las burlas, las amenazas, los desprecios, los gritos, los comentarios degradantes u obscenos, las difamaciones, el descrédito profesional, negarle a la víctima la palabra, imitar su forma de caminar o de hablar, ocasionar daños a sus pertenencias, minimizar sus esfuerzos y el excesivo control del horario de trabajo son sólo un puñado de ejemplos de una enorme cantidad de acciones que configuran acoso y la violencia laboral.

“Sonríe, que estás más guapa”

Al interior de los trabajos también se da una forma de violencia que se caracteriza por ser muy silenciosa y poco percibida: los micromachismos. Para el psicólogo argentino Luis Bonino —que acuñó este concepto a inicios de la década de los 90— son “actitudes de dominación suave o de bajísima intensidad (…) Son, específicamente, hábiles artes de dominio, comportamientos sutiles o insidiosos, reiterativos y casi invisibles que los varones ejecutan permanentemente”. Un claro ejemplos son las frases: “Sonríe, que estás más guapa” o “Las mujeres deberían estar en la casa”.

Además, tal como sostiene el experto, supone una forma de discriminación contra la mujer. Así cuando una empresa se decanta por candidatos hombres para un determinado cargo o en una reunión se ignora la propuesta de una mujer por sobre la de su par masculino que sugiere lo mismo son acciones comunes de los micromachismos imperantes en los lugares de trabajo.

Sin embargo, estas conductas “normalizadas” por la sociedad arrastran un problema mayor: el freno para la igualdad de género. Sobre este tema, el Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés) proyecta que, al ritmo actual, para alcanzar la igualdad económica total entre mujeres y hombres en las empresas habrá que esperar 217 años. Este lapidario pronóstico es reflejo del lento avance en materia de equidad laboral, pues a nivel mundial sólo el 54% de las mujeres en edad de trabajar toma parte de la economía formal, mientras que los hombres “reinan” con el 81%, según el informe Gender Gap 2016 de la misma entidad.

Impacto en la salud de la víctima

La violencia y el acoso —sexual o moral— se originan en lugares de trabajo en los que, además, de predominar las relaciones de poder desiguales, la organización y la gerencia del trabajo es deficiente y la cultura se la organización se ha contaminado con las malas relaciones interpersonales. A eso se suman otras circunstancias externas que pueden afectar los ambientes laborales como las crisis políticas, sociales y económicas en los países.

Sin embargo, las consecuencias de estos abusos suelen dejar en las víctimas cicatrices imborrables y provocar un fuerte deterioro en la salud mental y física, que requieran tratamientos de rehabilitación y terapia con especialistas. Ansiedad, depresión, ataques de pánico, trastornos del sueño, cefaleas, alteraciones cognitivas relacionadas con la atención y la memoria, sentimientos de vulnerabilidad y dificultades para establecer relaciones, entre otros, impactan negativamente en el desempeño laboral.

Por lo tanto, frente a la violencia laboral lo primero es necesario reconocer si está ocurriendo, y como empresa aplicar medidas de prevención o protocolos de acción para evitar situaciones de riesgo. Si las mujeres y niñas recibieran el mismo trato que los hombres y en el mercado del trabajo la participación fuese equitativa, un informe del Fondo Monetario Internacional (FMI) proyectó en 2013 que en algunos países el PIB se dispararía hasta 34%. ¡Qué distinto sería todo!