Mujeres, Toxicomanías y Adicciones

Algunas conyecturas sobre el tratamiento en Toxicomanías y Adicciones (TyA) para mujeres, por Juan Gutiérrez, psicólogo

Contextualización general: la ciencia, la moral y los tratamientos.

Broken glass woman

Atender a personas que tienen problemas con las drogas no es sencillo. No solo por la dificultad intrínseca a los casos, sino y sobre todo, porque la comunidad de salud no ha encontrado una solución que despeje la causa real del problema y cree las condiciones para  abordar desde ese conocimiento la vía correcta que permita curar a través de un procedimiento estándar.

Debemos ser serios sobre este punto. Existen teorías que se suponen, hacia un lado u otro, tener el verdadero conocimiento sobre las causas de las TyA. Decir que se trata de una enfermedad biopsicosocial es una suerte de solución de conjunto como sería decir que depende de múltiples factores a falta de no detenerse en ninguno.

El somatismo con la escuela del genetismo y la epigenética intentan convencernos de las teorías sobre la “predisposición”, y junto al mapeo de las conexiones sinápticas (proyecto conectoma humano) pretenden consolidar la idea de que los adictos distorsionan la biología del ciclo natural de la necesidad y la satisfacción con el consumo de drogas (el ciclo de recompensa).

Son humanidades no sanas genéticamente y/o por el SNC. Son anormales desde los genes hasta su médula. Siguiendo estas consideraciones (según ellos) pueden decir que los toxicómanos son “enfermos” sin que la causa esté despejada. Antes de ello siguen siendo proposiciones teoréticas al interior de las investigaciones científicas.

Hay que tener mucho cuidado con las vanguardias del conocimiento. Cuando éstas bajan al lenguaje y al pensamiento común ya a cualquiera se le puede tildar de “enfermo” desde un punto de vista despectivo. Lo mismo ocurría antes con “leproso” o “histérico” que son un poco más que garabatos. Decirle a un toxicómano que será un enfermo de por vida es un error grosero tanto desde el punto de vista del conocimiento como del tratamiento.

Woman smokingUna palabra así dicha por un profesional puede y de hecho fija el comportamiento en la consideración personal y cronifica más que libera del problema a solucionar. Es lo que observa en otro terreno la psiquiatría comunitaria en el uso del diagnóstico (decirle a la familia de un EQZ que lo es, cambia para siempre la manera y el trato hacia esa persona).

Fue en el siglo XIX cuando Claude Bernard impuso en la medicina la exigencia de la experiencia de laboratorio para establecer procedimientos curativos o de tratamiento (antes se dispensaba con todo gusto la Triáca y otros melindres).

Esa exigencia del conocimiento de laboratorio que sustituyo a la Academia de humanidades por fin para los médicos, surge de la separación de las aguas dentro del discurso científico en humano y concreto. Pretendió por supuesto ir mucho más allá de los tratamientos médicos.

 

Querían separar la moral, la construcción de una moralidad que era inútil para aliviar o solucionar lo que sea, un síntoma o un problema de física geométrica, que no dependiera de la moralidad de los participantes, de su idea de Justicia, de Verdad, de Centro, de Destino, de lo que es bueno y malo.

Fue lo que le hizo decir a Nietzche que Dios ha muerto.

Es decir que para la Modernidad la subjetividad moral tradicional que se desprendía del Platonismo cristiano, no va más (que hay ideas supra-terrenales que son perfectas y eternas, que comandan nuestra vida y de lo que nuestro mundo concreto en relación a ellas no es más que una sombra sin valor), y que los que seguían pensando así luego del discurso de la ciencia eran por lo menos cobardes.

En relación al tratamiento de TyA ¿podemos prescindir de las ideas de centro, de destino, de bien y mal, de correcto, de justo e injusto?, ¿tenemos resultados de investigación experimental de laboratorio que nos permitan prescindir de estas ideas en los tratamientos y sustituirlas por procedimientos estandarizados?

La mecánica estándar de la vacunación en lactantes, las dietas del control de la insulina para la pre-diabetes, son ejemplos del uso de las ideas modernas en los tratamientos y que prescinden de La moral tradicional para funcionar gracias al experimentalismo, desalojando el síntoma individual restituyendo la función, que es el propósito de la medicina desde Hipócrates.

Existen, sin embargo, padecimientos a los que seguimos objetivando como algo demoníaco y maligno y castigando con procedimientos desde la ética cristiana (eminentemente teleológica pero donde no falta el deber ser kantiano).

No es que piense que la toxicomanía no genere sufrimiento e infinidad de problemas como el deterioro físico y la desinserción social, pero trato de concentrarme en los tratamientos que dispensamos:

¿No son una mezcla ambigua entre las exigencias de experimentación y de control social guiado por las ideas tradicionales de moral (bien, mal, justicia, destino)?

¿No están los tratamientos en toxicomanía y las adicciones entre el síntoma, la fatalidad y el pecado tradicional?

Si observamos la palabra RECAIDA (con todo lo que implica para nosotros), vemos en ella la moral cristiano-católica del arriba y del abajo, de lo bueno y lo malo, con el carácter de pecado de las pasiones corporales, de castigo merecido y de redención en una actitud humilde, denotando el residuo de la ética antigua en la psicología contemporánea.

Y así en cada elemento corremos el riesgo de ser una comunidad eclesial laica.

El sujeto femenino; el nuevo contrato social entre el individuo y la civilización sobre el cuerpo y su goce

Realicemos una panorámica sin pretender singularizar ninguna discusión de un modo acucioso.

Realicemos esto sin considerar el tema de la “guerra contra las drogas” ni de dónde proviene su origen maligno (con toda probabilidad desde que el imperio Romano se cristianizó y prohibió las tradiciones “paganas” por ser herejes y ligadas al culto de satanás).

Consideremos el problema de lo femenino y el género desde el siguiente ángulo: ¿Qué es ser una mujer?, en mi experiencia en los tratamientos regulares que dispensamos se tienen respuestas.

La hipermodernidad o modernidad tardía trae una recapitulación de algunas de las ideas de la moral tradicional que pensamos debían extinguirse en una nueva ética del goce: la mujer no es una cosa, para cada humano: goza cuanto puedas porque tu vida es mortal (pero para que esto resulte tienes que tener una vida en orden).

Se trata de una polarización peligrosa: toda diversidad debe ser normalizada (la mujer, la locura, la infancia, la maldad), todo goce diferente debe caber en las marcas razonables de la sociedad neoliberal y entonces puedes gozar de lo que quieras. Un nuevo contrato social.

Frente a estas novedades culturales la trasformación de la familia monogámica patriarcal demuestran una nueva forma de regulación del poder social entre los sexos donde la mujer exige un trato equivalente con su derecho al goce tal como para el hombre ha sido en al menos dos milenios (sino más).

Es decir que se exige la modificación del binomio heteronormativo no en el sentido de restar poder a la parte macho sino de darle su equivalente a la parte hembra, como si fuera un macho.

Esto no disminuye las cifras de femicidio ni de violación. Crea peores condiciones para el enfrentamiento.

No por nada en el capitalismo actual (secundario o terciario gracias a internet) concentra la mayor cantidad de volumen de intercambios  económicos en las drogas (lícitas o ilícitas), la industria pornográfica y la venta de armas. El empuje al goce es nuestra ley en la barbarie.

Dentro de este contexto las curas en las residencias toman la forma de vuelta a la ética tradicional premoderna, sobre todo en mujeres.

Ellas deben ser primero madres atentas, limpias, socialmente educadas, abstinentes, controladas por la farmacología (porque su ciclo de recompensa en el SNC es anormal) y cualquier recaída, desorden de aseos o disrupción agresiva es castigada o como se suele decir, se interviene en un “encuadre”. La última palabra habla por si sola.

El peligro de esto no es que los equipos que trabajan como operadores del tratamiento crean que son mejores, no enfermos, adecuados y que siempre tienen la razón (seguramente no consiguen en sí mismos la educación y el control que exigen a sus pacientes).

Quiero poner el acento en otro problema.

El estrago de goce que traen como saber las historias de las mujeres por las condiciones actuales es enorme y se desaprovecha en curas moralizantes que universalizan procedimientos estándar sobre prescripciones éticas de cómo debe ser una mujer.

El tratamiento actual sobre TyA parece un alambique, entre pretensión de máquina industrial con procedimientos regulares e intención de control moral humano católico.

Si para todo el mundo intelectual ha sido un gran misterio la feminidad, de un plumazo los trabajadores de comunidades terapéuticas tienen la respuesta: amas de casa adecuadas, trabajadoras, solícitas, abstinentes y en lo posible, heterosexuales.

Nadie quiere hablar del profundo sado-masoquismo que hay tras las drogas que redobla en autoritarismo masculino tradicional, del cuerpo solo lleno de goce mortífero del consumo autista, de la estabilización toxicómana en la psicosis, de la gran fornicadora producida por el estrago sexual temprano, de la mujer que ama a otra y se lo oculta a si misma.

Estos casos suelen ser formateados con un lenguaje pseudo higiénico y satinarlo propio de las TCC.

No olvidemos que la causa no está despejada y que sobre estos temas nadie tiene aún la última palabra.

Juan Gutiérrez, Psicologo, Comunidad Terapéutica de San Bernardo